Nos despertábamos hace unos días con la noticia de que la empresa americana Google planea crear un servicio de reparto basado en drones. Este tipo de proyectos, cada vez más habituales hacen necesario replantearse el uso del espacio público y preparar un plan serio sobre cómo regular el uso de estos aparatos.
Cada vez es mayor el número de españoles que han comprado un drone. Cuando hablamos de un drone, nos estamos refiriendo en concreto a lo que es conocido como un drone volador. Conviene tenerlo claro, pues hay también drones que se desplazan sobre ruedas y de otros tipos. De hecho, la robótica está cada vez más presente en nuestras vidas, y muchos de estos aparatos se venden incluso como juguetes. En muchas ocasiones me resulta difícil saber si debo usar la palabra “drone” o “robot” para referirme a uno de ellos. Sobre los aparatos (drones) no voladores, los dejaremos aparte en lo que se refiere a la intención de este artículo.
Un drone volador es relativamente económico y prácticamente cualquier ciudadano se puede permitir la compra de uno. Hay muchos modelos diferentes, que van desde aparatos sencillos pensados para el uso personal, a drones profesionales con capacidades realmente impresionantes.